Cuando nuestro avión empezó a descender, la azafata leyó la larga lista con información para el aterrizaje como si estuviera haciéndolo por millonésima vez durante ese día: sin ninguna emoción ni interés mientras anunciaba nuestra inminente llegada. Después, con la misma voz cansada y monótona, concluyó: «Que tengan un hermoso día». La sequedad de su tono contrastaba con sus palabras. Dijo «hermoso», pero de un modo completamente carente de asombro.
A veces, me temo que abordamos nuestra relación con Dios de la misma manera: rutinaria, aburrida, apática, desinteresada. Por medio de Cristo, tenemos el privilegio de ser adoptados en la familia del Dios vivo, pero con frecuencia, parece haber poco de ese sentimiento de asombro que debería acompañar semejante realidad.
Job cuestionó a Dios por su sufrimiento, pero cuando el Señor lo desafió, quedó humillado ante la maravilla de su Creador y de lo creado por Él. Entonces, respondió: «¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía» (Job 42:3).
Yo anhelo que la maravilla del Señor se haga presa de mi corazón. Adoptado por Dios… ¡qué realidad maravillosa!