El otoño pasado, una carretera de la ciudad donde vivo estuvo cerrada durante varias horas porque un camión con ganado había volcado. Las vacas habían escapado y vagaban por la autopista. Ver esta noticia sobre ganado a la deriva me hizo pensar en algo que hacía poco había estudiado en Éxodo 32 sobre el pueblo de Dios que se había alejado de Él.
En el reino dividido de la antigua Israel, el rey Jeroboam erigió dos becerros de oro para que el pueblo adorara (1 Reyes 12:25-32). Pero la idea de adorar trozos de oro no había sido originalmente suya. Aun después de escapar de una esclavitud brutal y ver el poder y la gloria del Señor, los israelitas de inmediato permitieron que sus corazones se alejaran de Él (Éxodo 32). Mientras Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo la ley del Señor, su hermano Aarón ayudó al pueblo a descarriarse construyendo un ídolo con la forma de un becerro de oro. El escritor de Hebreos nos recuerda que la ira de Dios se encendió ante esta idolatría y sobre los que andaban «vagando en su corazón» (Hebreos 3:10).
Dios sabe que nuestro corazón tiene tendencia a descarriarse. Su Palabra deja claro que Él es el Señor y que no debemos tener ni adorar «otros dioses» (Éxodo 20:2-6 lbla).
«Porque el Señor es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses» (Salmo 95:3). ¡Él es el único Dios verdadero!