Una agradable noche de otoño, cuando el cielo estaba oscuro y la luna llena, miles de personas en la ciudad donde vivo se reunieron junto al río para lanzar luces de Bengala. Al hacerlo, vieron cómo se elevaban para unirse a la luna en una deslumbrante exhibición que convirtió el cielo nocturno en una destellante obra de arte.
Cuando vi las fotos, lamenté no haber podido asistir, ya que estaba de viaje. Sin embargo, a los pocos días, me di cuenta de que ese evento podía considerarse un símbolo de la conferencia a la que yo había asistido. Más de 1.000 personas de 100 ciudades del mundo se habían reunido en aquel lugar para planificar otra «obra de arte»: iluminar la oscuridad de sus ciudades fundando iglesias y alcanzando a miles de personas con el evangelio de Cristo, la Luz del mundo.
El profeta Daniel escribió que los que guían a otros al Señor brillarán como estrellas para siempre (Daniel 12:3). Todos podemos participar en ese gran evento. Cuando reflejamos la luz de Cristo en los lugares oscuros donde vivimos y trabajamos, Él ilumina el cielo nocturno con estrellas que nunca se apagarán.