Hace un tiempo, escribí un artículo sobre mi esposa Marlene y sus problemas de vértigo. Cuando se publicó el devocional, me sorprendió la oleada de respuestas de lectores que ofrecían estímulo, ayuda, sugerencias y, mayormente, se interesaban por su bienestar. Llegaronde todo el mundo, de personas de todas las esferas de la vida. Las expresiones de afectuosa preocupación por mi esposa alcanzaron tal punto que resultó imposible responder a todos. Quedamos poderosamente maravillados al ver la respuesta del cuerpo de Cristo frente a la lucha de Marlene. Estábamos y seguimos estando profundamente agradecidos.
Así se supone que debe funcionar el cuerpo. El interés afectuoso por nuestros hermanos en Cristo se convierte en la prueba de que hemos experimentado el amor de Dios. En la última cena, Jesús les declaró a sus discípulos: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:34-35).
Marlene y yo experimentamos una muestra de amor e interés cristiano en aquellas cartas que recibimos. Con la ayuda de nuestro Salvador y como una forma de alabarlo, mostremos también nosotros esa clase de amor.