Cuando mis primos y yo miramos fotos antiguas de la familia, bromeamos sobre los rasgos físicos que hemos heredado. En primer lugar, observamos los negativos: piernas cortas, dientes torcidos, remolinos en el cabello. Todos podemos identificar fácilmente en nuestros antepasados la parte que menos nos gusta de nuestro cuerpo. Pero también heredamos rasgos del carácter… algunos buenos y otros no tanto. Sin embargo, a estos no siempre les prestamos mucha atención.
Según mis observaciones sin respaldo científico, la gente hace todo lo posible para superar las imperfecciones físicas: ejercicios, dietas, maquillajes, tinturas, cirugías estéticas. Pero los defectos del carácter, en vez de tratar de vencerlos, tendemos a usarlos como excusas para portarnos mal. Supongo que se debe a que es más fácil cambiar nuestra imagen. Imagina cuánto mejor sería invertir la energía en mejorar el carácter.
Como hijos de Dios, nuestra constitución genética no nos limita, sino que podemos entregarnos a Él y permitirle que desarrolle el potencial que tenía en mente cuando nos creó como expresiones únicas de su amor. El poder del Espíritu Santo y la vida del Hijo de Dios están obrando en nosotros y conformándonos a su imagen (2 Corintios 3:18).