Después de que una librería local reacomodó sus estantes, observé que los títulos sobre brujería y hechicería habían aumentado. Es más, la sección sobre religión se había convertido en una virtual «confrontación» entre la luz y la oscuridad. Los títulos cristianos se encontraban de un lado del pasillo, mientras que casi la misma cantidad de libros de ocultismo estaban del otro.
A veces, podemos pensar sobre Dios y Satanás del mismo modo que reflexioné sobre aquellos libros. Los vemos como fuerzas antagónicas, pero los equiparamos y consideramos que tienen el mismo poder ilimitado. Sin embargo, Dios es Dios y Satanás no. Nuestro Señor es más poderoso que cualquier fuerza de las tinieblas. Hace lo que le place (Salmo 135:6), mientras que el poder del diablo está limitado a lo que Dios permita. Cuando Satanás supuso que la desgracia haría que Job maldijera a Dios, el Señor le respondió: «He aquí, todo lo que [Job] tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él» (Job 1:12). Satanás tuvo que ceñirse a las reglas divinas.
Puesto que Dios está a cargo de todas las cosas, nosotros, como seguidores de Cristo, no tenemos por qué paralizarnos de miedo ante lo que el diablo pueda hacer en nuestra vida o en la de los creyentes que nos rodean. Satanás nos tienta y trata de influenciarnos, pero la Biblia nos asegura: «… mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4).