Con los años, he visto que aquellos que sufren están prontos para consolar a otros en la misma condición. Cuando una pareja joven pierde un hijo, otra que ha experimentado lo mismo pregunta si puede ayudar. Si pierde su principal fuente de ingresos, casi de inmediato otra pareja se ofrece para auxiliarlos, ya que recuerdan lo que atravesaron años antes. Una y otra vez, vemos que los miembros del cuerpo de Cristo se sostienen y animan mutuamente. Estos creyentes han aprendido que pueden utilizar sus propias pruebas para alcanzar a otros que atraviesan dificultades similares.
¿Has estado enfermo? ¿Perdiste a un ser amado? ¿Estuviste preso? ¿Te trataron mal? En todas nuestras pruebas e incluso de los momentos más oscuros, Dios promete sacar algo bueno (Santiago 1:2-4). Esto ocurre especialmente cuando compartimos con aquellos que ahora atraviesan pruebas el consuelo que Él nos brindó.
Como señala Pablo en 2 Corintios 1:3-7, somos consolados por un Salvador que conoce nuestras angustias y a quien honramos cuando transmitimos su consuelo para tranquilizar a otros.
Nunca dejemos que otra persona sufra sola. Si conocemos el sendero que otro está atravesando, Dios nos ayudará a guiarlo a su presencia: el consuelo más seguro de todos.