Nuestra congregación estaba entusiasmada por ver que empezaran las obras en el nuevo edificio de la iglesia. Todos los domingos, mirábamos ansiosos el profundo agujero en el suelo, pero parecía progresar lentamente.
Todo era culpa del agua: mucha en un lugar y poca en otro. El problema era una corriente subterránea. No podían seguir construyendo hasta que los inspectores estuvieran seguros de que el agua se dirigiera hacia otro sitio. Al mismo tiempo, los funcionarios de la ciudad decían que no entraba suficiente agua en el edificio para un sistema de irrigación, así que debían agregarse cañerías nuevas. Nadie quería que el proyecto se retrasara, pero comprendimos que si no se cumplían ciertos requisitos, enfrentaríamos graves problemas en el futuro.
A veces, nos quejamos del gobierno y de otros funcionarios, pero respetar a las autoridades honra a Dios. Pablo, quien tuvo también problemas con los gobenantes, escribió: «Sométase toda persona a las autoridades superiores» (Romanos 13:1), y agregó: «Haz lo bueno, y tendrás alabanza de [la autoridad]» (v. 3).
Al permitir que el Espíritu de Dios nos enseñe, podemos tener una buena actitud hacia las autoridades. Es para nuestro beneficio, para dar testimonio de la fe y, más que nada, para honrar a Dios.