Cuando nuestros hijos eran adolescentes, muchas veces conversábamos después de la reunión de jóvenes en la iglesia. Yo preguntaba: «¿Qué tal estuvo el grupo juvenil esta noche?». Y ellos respondían: «Aburrido». Después de varias semanas así, decidí averiguar qué pasaba. Entré sigilosamente en el gimnasio donde se reunían y los vi participar, reírse, escuchar… disfrutar muchísimo. Esa noche, mientras volvíamos a casa, pregunté otra vez, y contestaron: «Estuvo aburrido». Entonces, dije: «Estuve ahí y los vi. ¡Se divirtieron mucho!». Y respondieron: «Tal vez no estuvo tan mal como de costumbre».
Me di cuenta de que, detrás de su reticencia a admitir que les gustaba la reunión de jóvenes, había cosas como la presión del grupo y el temor a parecer «fuera de onda». Pero después, me pregunté: ¿Acaso no temo yo también entusiasmarme demasiado con las cosas espirituales?
En realidad, no hay nada en este mundo que valga más la pena que entusiasmarnos por la persona de Cristo y lo que hizo por nosotros. Él declaró: «… yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10). ¡Esto no tiene nada de aburrido! A cualquier edad, tenemos un regalo del Salvador que es un gran motivo para entusiasmarnos y digno de celebrar: ¡nuestra salvación!