Con dos compañeros de trabajo, acabábamos de pasar por el control de seguridad del aeropuerto e íbamos camino a la puerta de embarque, cuando oí que me llamaban: «Anne Cetas, comunicarse con información». No es un nombre común, así que, sabía que era el mío. Supuse que, sin pensar, había olvidado algo en el mostrador al registrar el equipaje. Le pregunté a un agente y me dijo que tomara un teléfono rojo, que diera mi nombre y preguntara por qué me buscaban. Llamé, pero el operador dijo: «No, a usted no la hemos llamado». Respondí: «Pero estoy segura de que era mi nombre». Él replicó dos veces: «No, nosotros no la buscábamos a usted». Jamás descubrí por qué me habían llamado aquel día.
Hace mucho, un joven de nombre Samuel oyó que alguien lo llamaba (1 Samuel 3:4). Las Escrituras dicen que «no había conocido aún al Señor, ni la palabra del Señor le había sido revelada» (v. 7). Por eso, Elí, el sacerdote del templo, lo ayudó a dilucidar quién lo llamaba (vv. 8-9). Entonces, Dios le reveló a Samuel el plan para su vida.
El Señor también tiene un plan para nosotros y llama a nuestro corazón, diciendo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28). De este modo, Él nos llama para que recibamos el don de su salvación, y reposo y paz.
El Salvador nos llama para que acudamos a Él.