Cuando era niño, mi familia estuvo a punto de sufrir una tragedia. La mayoría de los artefactos más importantes de la casa, incluso el horno, funcionaban a gas, y una pequeña pérdida en uno de los caños hizo que nuestra vida corriera peligro. A medida que el gas fue invadiendo nuestra pequeña vivienda, las emanaciones letales nos afectaron y quedamos inconscientes. Si no hubiese sido por un vecino que decidió ir a visitarnos, un enemigo peligroso e invisible nos habría matado a todos.
Como seguidores de Cristo, nosotros también podemos estar rodeados de peligros invisibles. La presencia tóxica de la tentación y nuestras debilidades humanas pueden poner en peligro nuestra vida y nuestras relaciones interpersonales. No obstante, a diferencia del gas natural en mi hogar de la niñez, estos peligros invisibles no vienen de afuera, sino que residen en nuestro interior. Santiago escribió: «… cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido» (Santiago 1:14).
La tendencia natural a pecar, sumada a los puntos ciegos que nos impiden ver nuestras debilidades, puede llevarnos a tomar decisiones tóxicas que nos arruinarán. La única manera de agradar al Señor es reconocer lo que dice acerca de nuestro corazón en su Palabra (vv. 23-25) y someternos a Él.