Hace años, jugaba como guardameta en un equipo de fútbol universitario. No puedo describir aquí cómo nos divertíamos, pero tuve que pagar un alto precio… hasta el día de hoy. Ser portero significa estar constantemente arriesgando el cuerpo para impedir que el otro equipo marque goles, lo cual suele generar lesiones. Durante una temporada, ¡me fracturé una pierna y varias costillas, me luxé un hombro y perdí el conocimiento! Ahora, en especial los días de frío, tengo dolorosos recuerdos de aquellos tiempos.
David también tenía recuerdos de huesos rotos, pero sus lesiones eran espirituales, no físicas. Después de su colapso moral por el amorío con Betsabé y el asesinato de su esposo, Dios lo disciplinó con firmeza. Pero después, el rey se arrepintió y oró: «Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido» (Salmo 51:8).
La disciplina divina fue tan aplastante que David sentía como si tuviera los huesos fracturados. No obstante, confiaba en que el Dios de gracia lo sanaría y le devolvería el gozo. En medio de nuestros pecados y fracasos, es consolador saber que el Señor nos ama lo suficiente como para restaurarnos con su disciplina.