En 1952, Watchman Nee fue arrestado por su fe en Cristo y pasó el resto de su vida en la cárcel. Murió en una celda el 30 de mayo de 1972. Cuando su sobrina fue a retirar sus pocas pertenencias, le entregaron un trozo de papel que un guardia había encontrado junto a su cama, donde estaba escrito el testimonio de su vida:
«Cristo es el Hijo de Dios que murió para redimir a los pecadores y resucitó al tercer día. Esta es la verdad más grandiosa del universo. Muero por mi fe en Cristo. Watchman Nee».
Según la tradición, el apóstol Pablo también fue martirizado por su fe en Cristo. En una carta escrita poco antes de su muerte, exhortó a su destinatario y a cada uno de nosotros: «Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades […]; mas la palabra de Dios no está presa» (2 Timoteo 2:8-9).
Tal vez no seamos llamados a padecer el martirio por ser testigos de la realidad de Cristo (como les ha sucedido a millones a lo largo de los siglos), pero sí se nos insta a todos a ser un testamento viviente de la obra del Señor a nuestro favor. Independientemente del resultado y motivados por un corazón agradecido a Dios por su bondadoso regalo, podemos contarles a otros lo que Cristo ha hecho por nosotros.