Para el cumpleaños de nuestro nieto, mi esposa horneó y decoró una galleta gigante con trocitos de chocolate para servir en la fiesta. Tomó su libro de recetas, reunió los ingredientes y empezó a llevar a cabo los sencillos pasos necesarios para hacerla. Siguió una simple receta y todo salió bien.

¿Acaso no sería maravilloso si la vida fuera así? Seguir unos cuantos pasos fáciles, y después, disfrutar de una vida dichosa.

Pero no es tan simple. Vivimos en un mundo caído y no hay ninguna receta sencilla que nos libre del dolor, las pérdidas, la injusticia o el sufrimiento.

En medio de las angustias de la vida, necesitamos que nos cuide personalmente el Salvador que vivió en este mundo y experimentó las mismas luchas que enfrentamos nosotros. Hebreos 4:15 nos alienta con estas palabras: «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado». Cristo, quien murió para darnos vida, está completamente capacitado para guiarnos a través de nuestras tristezas y experiencias dolorosas. «Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores…» (Isaías 53:4).

Jesucristo sabe que no hay una «receta» sencilla para prevenir las angustias de la vida; por eso, las experimentó con nosotros. ¿Le entregaremos confiados nuestras lágrimas y tristezas?