Un amigo mío estaba conversando con un hombre que tenía muy pocas cosas buenas que decir sobre la fe cristiana. Sabía que si al hablar con él sonaba demasiado «religioso», tendría menos probabilidades de testificarle. Entonces, en medio de la charla, dijo: —Oye, Roberto, ¿sabes adónde van los pecadores?
—Por supuesto —respondió—. Vas a decirme que van al infierno.
—No —contestó mi amigo—, van a la iglesia.
Roberto quedó mudo, ya que no esperaba esa respuesta. No imaginó que un creyente aceptara que no era perfecto. Mi amigo tuvo oportunidad de compartirle que los cristianos reconocen que son pecadores y necesitan una constante renovación espiritual. Pudo explicarle qué significa la gracia: un favor inmerecido que Dios nos concede a pesar de nuestra condición pecaminosa (Romanos 5:8-9; Efesios 2:8-9).
Quizá no estamos dándoles a aquellos que no asisten a la iglesia un cuadro claro de lo que sucede dentro de ella. Tal vez no entienden que estamos allí para alabar a nuestro Salvador por habernos concedido «redención por su sangre, el perdón de pecados» (Colosenses 1:14).
Sí, los pecadores van a la iglesia. Además, los pecadores perdonados van al cielo por la gracia de Dios.