Hace poco, vi una publicidad en televisión de una cadena de restaurantes con una declaración dramática: «Sírvete felicidad». ¿No sería bueno que un plato de patatas, carne, pasta o postre fuera todo lo necesario para ser feliz? Por desgracia, ningún restaurante puede cumplir esa promesa.
La felicidad es esquiva… como podemos verlo en casi todas las áreas de la vida. Nuestra búsqueda por alcanzarla puede incluir la comida o muchas otras cosas, pero al final, sigue escapándose de nuestras manos.
¿Por qué? En gran medida, porque lo que tendemos a perseguir no suple las necesidades más profundas de nuestro corazón. Quizá brinde regocijo, distracción o placer momentáneos, pero no responde a nuestro clamor interior: un pedido desesperado de ayuda. Por esta razón, el salmista nos indica un camino mejor: «Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios» (Salmo 146:5).
¿Puedes servirte? Sí, si estás buscando la felicidad que está en el Señor. Solo cuando nos encomendamos a Dios y a su cuidado, podemos hallar la felicidad que buscamos. Únicamente al confiar en Él, encontramos esperanza y ayuda.