Por lo general, me encanta estar con gente. Nuestro corazón tiene un gozo especial cuando compartimos con quienes nos agradan. Pero, lamentablemente, no siempre nos rodean personas así. Algunos pueden ser difíciles, lo cual llevó a alguien a decir: «¡Cuánto más conozco a la gente, más amo a mi perro!». Cuando una relación interpersonal nos entristece, tendemos a culpar a la otra persona. Entonces, justificamos querer estar con quienes nos agradan.
El apóstol Pablo nos pide que el amor nos motive a vincularnos con nuestros hermanos en Cristo. Es más, nos insta a estar «unidos en espíritu», a buscar «los intereses de los demás» y a tener «esta actitud que hubo también en Cristo Jesús» (Filipenses 2:2-5, lbla).
Piensa en esto: Jesús renunció a sus derechos y privilegios por nosotros, y decidió vivir como siervo y ofrecerse como el sacrificio supremo para que tuviéramos una comunión gozosa con Él (ver Hebreos 12:2). Y lo hizo a pesar de lo complicados que somos (ver Romanos 5:8).
Así que, la próxima vez que estés con alguien difícil de tratar, pídele al Señor que te ayude a encontrar una forma de transmitirle su amor. Con el tiempo, tal vez te sorprenda cómo puede Dios cambiar tu actitud hacia la gente.