Hace poco, tuve problema con mis oídos y decidí probar un tratamiento algo controvertido. Supuestamente, ablandaría la cera y quitaría cualquier impedimento para oír bien. Debo reconocer que el experimento sonaba extraño, pero como estaba desesperado por oír con claridad, me dispuse a probarlo.
Por más importante que sea oír bien físicamente, es más relevante aun en nuestro andar con Dios. En el Salmo 40:6, David declaró: «Sacrificio y ofrenda no te agrada; has abierto mis oídos; holocausto y expiación no has demandado». En este versículo, la palabra abierto puede traducirse «limpiado a fondo», y habla de lo que Dios desea para nuestra vida: que nuestros oídos están atentos y prontos para oír lo que nos revela a través de su Palabra. No obstante, nuestros oídos espirituales pueden estar tapados por un ruido de fondo provocado por la cultura que nos rodea o el encanto de la tentación y el pecado.
Que el Señor no ayude a volver nuestro corazón a Él en total devoción y a mantener los oídos abiertos para que seamos sensibles a su voz. Cuando Dios hable, pondrá su Palabra en nuestra mente y corazón, y nos enseñará a deleitarnos en su voluntad (v. 8).