Cada época tiene sus pensamientos, ideas y valores que influyen en la cultura, el «espíritu de la época». Es esa especie de consenso progresivo que nos aletarga moralmente hasta hacernos dormir y nos lleva a aceptar los valores más modernos de la sociedad.
El apóstol Pablo denominó esta atmósfera corrupta «la corriente de este mundo». Al describir la vida de los creyentes efesios antes de conocer a Cristo, señaló que estaban «muertos en […] delitos y pecados» y «siguiendo la corriente de este mundo» (Efesios 2:1-2). Esta es la presión que ejerce el entorno mundano, un sistema de valores e ideas inspirado por Satanás que alimenta un estilo de vida independiente de Dios.
El propósito de Cristo es que vivamos en el mundo (Juan 17:15); por lo tanto, es casi imposible escapar de su influencia. Pero Él nos ha dado su Palabra para que sature nuestra mente, de modo que no nos conformemos a los valores mundanos (Romanos 12:1-2) y permitamos que Dios nos ayude a andar en la luz (Efesios 5:8), en el Espíritu (Gálatas 5:25), en amor (Efesios 5:2), en la verdad (3 Juan 4) y en Cristo (Colosenses 2:6).
Cuando andamos en el poder de Dios y pasamos tiempo con su Palabra, Él nos da fuerzas para vivir según los principios del reino y no conforme al espíritu de la era.