Mark Wilkinson compró un bote de casi 5 metros (16 pies) para pescar y pasear. Al parecer, no era supersticioso, porque lo llamó Titanic II, como el nefasto barco de lujo que chocó contra un iceberg y se hundió en 1912. El viaje inaugural del Titanic II desde un puerto en Dorset, Inglaterra, fue exitoso. Sin embargo, cuando Wilkinson quiso regresar, empezó a entrarle agua. Poco después, estaba sosteniéndose de una tabla, esperando que lo rescataran. Según se informa, declaró: «Me avergüenza un poco. Además, estaba bastante cansado de que me preguntaran si había chocado contra un iceberg». Un testigo ocular dijo después: «No era una embarcación muy grande… ¡me parece que un cubito de hielo podría haberla hundido!».
La historia del Titanic II es bastante irónica, pero me hace pensar en el Titanic original y en el peligro de confiar en el objeto equivocado. Los constructores de aquel transatlántico tenían plena confianza de que su barco jamás se hundiría. Pero ¡qué equivocados estaban! Jeremías nos recuerda: «… Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor» (Jeremías 17:5).
Todos somos tentados a buscar la seguridad en personas o en cosas. ¡Cuán frecuentemente necesitamos que nos recuerden que debemos dejar de confiar en cosas falsas, y poner nuestra fe en Dios! ¿Estás confiando en otra cosa que no sea Él?