Durante el invierno, en Lansing, Michigan, no tenemos muchos días soleados, pero el año pasado, Dios nos bendijo con una de esas jornadas hermosas. Sin embargo, parecía que casi todos estaban dándole gracias al Señor, excepto yo. Cuando salí de la oficina, un hombre dijo: «Qué día hermoso tenemos. ¡Es un regalo de Dios!». Ante lo cual respondí: «Sí, pero vamos a tener nieve para el fin de semana». ¡Qué ingrato!
En sus cartas, el apóstol Pablo ayudaba a sus lectores a desarrollar la teología del agradecimiento. Habló de la gratitud más que cualquier otro escritor del Nuevo Testamento. De las 23 veces que usó el término, aprendemos algunas lecciones sobre la acción de gracias.
El agradecimiento siempre iba dirigido a Dios y nunca a la gente. Las personas eran regalos divinos, y Pablo daba gracias al Señor por el crecimiento, el amor y la fe de ellas (1 Corintios 1:4; 1 Tesalonicenses 1:2).
La acción de gracias se ofrece con respecto a todas las cosas por medio de Jesucristo (Colosenses 3:15, 17). Pablo estaba convencido de que los seguidores de Cristo podían agradecer por todo porque Dios es soberano y porque obra para beneficio de los creyentes (1 Tesalonicenses 5:18).
Que el Señor nos ayude a tomar conciencia de todas las dádivas divinas que nos rodean y a ser agradecidos. Ante esas cosas, es natural decir: «Gracias, Señor».