A veces, la cosecha llega tarde. En ocasiones, uno siembra semillas de esperanza sin darse cuenta. Otras veces, el fruto de tu vida llega de una manera y en un momento totalmente inesperados.
Mi hija Melissa había aceptado el regalo de Dios de la salvación a temprana edad, pero nunca había considerado que podría ser una gran creyente que cambiara la vida de otras personas. Era apenas una estudiante de escuela secundaria que trataba de cumplir con su trabajo, los estudios y los deportes mientras se relacionaba con sus amigos; solo una chica que intentaba vivir como Dios quería.
Sin embargo, en 2002, cuando el Señor la recibió en el cielo con solo 17 años de edad, su fe en Cristo y su vida fiel se destacaron por sí solas. Sin advertencia previa, sin tiempo para recomponer las cosas con los demás, sin oportunidades para llevar «mucho fruto» (Juan 15:8).
Melissa trataba de vivir de una manera agradable a Dios… y su vida aún sigue danto fruto. Hace poco, oí sobre un joven que había confiado en Cristo como su Salvador en un campamento de deportes después que su entrenador había compartido la historia de Melissa.
Todos estamos escribiendo una historia con nuestra vida, que afecta a otros ahora y en el futuro. ¿Vivimos para agradar a Dios? No sabemos cuándo nos llamará para ir al cielo; así que, vivamos cada día con un ojo puesto en la cosecha.