Bill era un amigo mío del seminario, que había aceptado a Cristo como Salvador después de vivir un estilo de vida descaradamente pecaminoso. Él lo describía así: «Iba conduciendo por la calle mientras bebía una botella de brandy y con la esposa de otro hombre sentada a mi lado. Cuando veía algunos cristianos en la acera que le testificaban a la gente, pasaba de largo y les gritaba: “¡Tontos!”. Pero, a las pocas semanas, me encontré arrodillado en una iglesia y pidiéndole a Cristo que fuera mi Salvador y Señor». La conversión de Bill hizo que abandonara sus antiguos caminos y que experimentara una nueva vida en Cristo. Se produjo un giro total en él.

El arrepentimiento genuino, que es impulsado por el Espíritu Santo, incluye un verdadero cambio total. A menudo, vemos que, cuanto mayor es la oposición al evangelio antes de la conversión, tanto más asombroso es posteriormente el cambio de dirección. Cuando Saulo de Tarso se encontró con Cristo en el camino a Damasco, se transformó de perseguidor en predicador del evangelio. Muchos dijeron de él: «Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba» (Gálatas 1:23).

La conversión auténtica incluye el arrepentimiento, que es un cambio de mentalidad y de dirección. Para el seguidor de Cristo, significa seguir alejándose del pecado y acercándose a Dios en obediencia.