Hace poco, estuve conversando con una mujer que había experimentado una situación muy difícil. El estrés le había afectado la salud, así que, tenía que ir al médico con frecuencia. No obstante, con una sonrisa en el rostro, me dijo que había podido utilizar esa dolorosa circunstancia como una oportunidad para hablarle de Cristo a su doctor.
En el libro de Filipenses, leemos que el apóstol Pablo usó su difícil situación, el encarcelamiento, para predicar el evangelio. Los creyentes de Filipos estaban tristes porque habían arrestado a Pablo por hablar de Jesús, pero él les dijo que sus cadenas habían «redundado más bien para el progreso del evangelio» (1:12). Toda la guardia del palacio y los demás sabían por qué estaba preso: por predicar de Cristo. Todos los que entraban en contacto con Pablo oían hablar de Jesús, fueran soldados (que lo vigilaban 24 horas por día y 7 días por semana) u otras visitas. Como resultado de usar su mala noticia para compartir la buena nueva, es probable que algunos de esos soldados se hayan convertido en creyentes en Cristo (4:22). Que Pablo estuviera confinado no significaba que sucediera lo mismo con el evangelio.
Como seguidores de Cristo, podemos permitir que nuestro dolor sea una plataforma para compartir el evangelio. En medio de nuestra mala noticia, busquemos una posibilidad de hablar de la buena nueva.