Algunas personas evitan ir al médico porque no quieren saber que padecen algo malo. Otras evitan ir a la iglesia por la misma razón. Pero ignorar una enfermedad no nos devuelve la salud, como tampoco nos convierte en inocentes el ignorar nuestro pecado.
La ley romana es considerada la fuente del concepto de que ignorar la ley no excusa a nadie. Sin embargo, la idea se originó mucho antes. Cuando Dios le dio la ley a Israel, estableció que aun el pecado accidental exigía un sacrificio para obtener el perdón (Levítico 4; Ezequiel 45:18-20).
En su carta a los creyentes que vivían en Roma, el apóstol Pablo trató el tema de la ignorancia o la falta de entendimiento. Cuando las personas ignoraban la justicia de Dios, inventaban la suya propia (Romanos 10:3). Cuando vivimos según nuestros parámetros de qué es correcto e incorrecto, podemos sentirnos bien en cuanto a nosotros mismos, pero eso no nos hace espiritualmente sanos. Solo cuando nos evaluamos por los parámetros divinos de la justicia (Jesús), sabemos cuál es nuestro estado espiritual.
Nadie puede alcanzar la justicia de Cristo, pero, gracias a Dios, no tenemos que hacerlo, ya que Él la comparte con nosotros (5:21). La buena noticia sobre saber qué problema tenemos es que el Gran Médico puede sanarnos.