Durante los meses siguientes a la muerte de mi suegra, recibimos numerosas tarjetas y cartas del personal de la residencia para enfermos terminales, que con tanto amor la habían cuidado y acompañado a nuestra familia por el sendero de la pérdida de un ser querido. Una carta contenía conceptos sobre cómo convertir la tristeza en algo constructivo. Otra decía: «A medida que se acerca la fecha del cumpleaños de su madre, la recordamos y los tenemos a usted y a su familia presentes en nuestros pensamientos y oraciones». Estos maravillosos cuidadores saben que el dolor es un proceso ininterrumpido que requiere ayuda y respaldo permanentes, y demuestran una profunda compasión en todo lo que hacen.

Las palabras de Pablo, «sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gálatas 6:2) llegan en el clímax de su descripción de la vida en el Espíritu. En contraste con las acciones destructivas y egoístas de la naturaleza pecaminosa (Gálatas 5:19-21), el fruto del Espíritu Santo en y a través de nosotros es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (vv. 22-23). La gran libertad que tenemos en Cristo nos permite servirnos unos a otros en amor (v. 13).

Una palabra de aliento a un amigo angustiado puede llegar como una lluvia refrescante. Seguir ocupándonos de los demás de maneras tangibles se transforma en una corriente vivificadora de cicatrización y amor.