En Nueva Inglaterra, donde vivo, el béisbol es casi una actividad religiosa. Aunque fuera ilegal hablar en el trabajo de los Red Sox de Boston, los aficionados no podrían evitar hacerlo… hasta tal punto aman a su equipo.
Esto me genera una pregunta respecto a los creyentes: ¿Hay momentos cuando los cristianos no deben hablar de Dios? Creo que sí. Ante los desafíos malintencionados a nuestra fe, el silencio es, a veces, la mejor respuesta. En la hostil conversación entre Jesús y Caifás, el Señor inicialmente decidió callar (Mateo 26:63), ya que entendió que al gobernante no le interesaba conocer la verdad (v. 59). Aunque no siempre sabemos qué hay en el corazón de otra persona, debemos ser sensibles a la guía del Espíritu en cada caso, para que «[sepamos] cómo [debemos] responder a cada uno» (Colosenses 4:6).
Además, si responder una pregunta vuelve la conversación desagradable y la aleja de Cristo, es mejor dejarla allí y retomarla en otra ocasión.
¿Hay otros momentos cuando quizá lo mejor sea el silencio? Si hablar de nuestra fe nos distrae a nosotros o a nuestros compañeros de trabajo impidiéndonos cumplir con nuestra tarea, debemos mantenernos concentrados en la labor. O si alguien ha demostrado una constante resistencia, sería mejor que dejáramos de presionarlo. Recuerda que también podemos dar testimonio de la gracia de Dios con nuestra conducta (1 Pedro 3:1-2).