Yo estudiaba el mapa mientras viajábamos con mi esposo por la costa este de Virginia, en Estados Unidos. Buscábamos un camino que nos llevara hasta el mar. Finalmente, encontré uno y giramos en dirección al sol.

A los pocos minutos, nos reíamos deleitados cuando, justo antes de llegar a la costa, nos encontramos con una reserva nacional de vida salvaje. Estábamos rodeados de dunas, pantanos y hierba de playa, y de una gran cantidad de gaviotas, garcetas y garzas azules. ¡Todo era movimiento y ruido; un entorno maravilloso! Habíamos llegado a las islas Chincoteague y Assateague, famosas por el evento anual de natación de caballos de una isla a la otra. Mucho antes, otras personas habían descubierto su valor y belleza, pero, para nosotros, era un territorio desconocido.

Para muchos, las Escrituras son como «un territorio desconocido». Jamás han descubierto los valiosos tesoros que se encuentran en las palabras eternas de la Biblia. La Palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que toda espada de dos filos, y pone de manifiesto nuestros íntimos pensamientos y deseos (Hebreos 4:12). Es como una lámpara que ilumina nuestro camino (Salmo 119:105), y se nos dio para equiparnos, a fin de cumplir los propósitos del Señor (2 Timoteo 3:16-17).

Abre la Biblia y léela para que puedas encontrar estos tesoros. Es hora de… ¡descubrir!