Nos cuenta la Bíblia que Jacob compró la primogenitura de su hermano Esaú por un plato de lentejas. Ya se, los entendidos me van a decir que en verdad era un “guiso rojizo” (NVI) pero para la ilustración vamos con el dicho popular y nos quedamos con las ricas lentejas.
¿Se imagina usted lo que es vender los derechos de hijo mayor por un plato de comida? Cuando leemos la historia nos parece mentira que alguien tuviera tanta hambre como para hacer eso, aunque bien visto, la excusa que dio Jacob no era tan mala: “¿de qué me sirven los derechos de primogénito?” cuando estamos hablando de una familia de campesinos y ganaderos.
La primogenitura era el derecho que tenia el primer hijo sobre los demás. En la mayoría de los países avanzados, ese derecho es ahora considerado un arcaísmo, y todos los hermanos tienen los mismos derechos a la hora de reclamar una herencia. En la época del Antiguo Testamento la situación era bien diferente. El primogénito era el que asumía el liderazgo de la familia, de las propiedades, de toda la historia y significancia del apellido del padre muerto.
En cierto modo podemos decir que cada uno de nosotros somos “primogénitos” de nuestro Padre celestial. Vamos a heredar un lugar en la casa del Padre. Llevamos su “apellido” y somos reconocidos como hijos suyos por el mundo.
El problema esta en que nosotros también hemos vendido nuestra primogenitura muchas veces. Nuestras acciones, nuestras palabras, miradas, pensamientos, deseos… han demostrado que estábamos dispuestos a olvidar quienes somos y lo que representamos por un simple “plato de lentejas”.
La próxima vez que seas tentado, cuando los malos pensamientos vengan a tu mente, antes de hablar, piensa si vale la pena. ¡Cuántas veces nos olvidamos de que somos hijos de Dios!
Señor ayúdanos a recordar siempre quienes somos y a comportarnos como Tu nos has enseñado por medio de Tu Palabra.