Cuando alguien nos comenta sobre algún logro personal, es común responder: ¡Qué bueno! Cuando contestamos así, podría pensarse que uno se está refiriendo o a lo beneficioso del hecho en sí o al carácter de la persona con quien hablamos. He respondido de este modo más veces de las que puedo enumerar, pero, últimamente, la frase ha empezado a molestarme. La razón es que, nos demos cuenta o no, estamos expresando algo específico cuando usamos la palabra bueno.
Una vez, Jesús se encontró con un joven rico que lo llamó «Maestro bueno» (Mateo 19:16). El muchacho tenía razón, porque Jesús es ambas cosas: bueno (completamente perfecto) y el Maestro. Es el único que puede declarar que posee verdaderamente estos atributos.
Sin embargo, el Señor desafió al hombre a que pensara en lo que estaba diciendo al usar el término bueno. «Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (v. 17). Jesús quería que entendiera que lo que estaba afirmando debía tomarse en serio. A Jesús puede llamárselo «bueno» porque Él es Dios.
La próxima vez que alguien te comente sobre algún logro, está bien que le digas: ¡Qué bueno!, pero recuerda que el único que tiene esa cualidad es Jesucristo.