Mientras dábamos un paseo en coche con la familia, un inmaculado cartel blanco con letras rojas captó mi atención: «Canaletas y ventanas; trabajo de calidad garantizado». El letrero era perfecto, pero temí que la casa y el granero que estaban justo detrás se derrumbasen en cualquier momento. ¡La pintura estaba levantándose, las ventanas estaban rotas y las canaletas no existían!

Muchos de nosotros «anunciamos» a Jesús, pero nuestra casa espiritual está destruida. Tal vez asistamos a la iglesia, hablemos la jerga cristiana e interactuemos cortésmente con los demás, pero, cuando nuestra conducta no es coherente con lo que tenemos en el corazón, nuestro sobresaliente comportamiento es tan solo una apariencia de religiosidad. Cuando Jesús confrontó a los fariseos, dijo: «Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mateo 23:28).

El Señor tenía para sus seguidores un mensaje diferente, pero igualmente directo: «… no seáis […] como los hipócritas» (6:16). La Biblia nos insta a amar «… de corazón limpio, […] y de fe no fingida» (1 Timoteo 1:5). Estas actitudes internas deberían irradiar a través de nuestras palabras y acciones (Lucas 6:45).

Considera hoy el estado de tu casa espiritual. Si las personas miraran más allá del hermoso aspecto externo, ¿descubrirían un corazón auténtico?