Jesús les dejó muy claro a sus discípulos que Él es «el camino, y la verdad, y la vida» (Juan 14:6). Es el único camino al Padre, y nuestra fe y consagración a Él traen como resultado amor y obediencia, y conducen a un hogar eterno en el cielo.
Cristina, una estudiante de un instituto bíblico en Minsk, Bielorrusia, escribió este testimonio: «Jesús murió por todos, incluso por el pecador más desesperado. Al peor criminal que acuda al Señor con fe, Él lo recibirá».
»Durante mucho tiempo, Cristo había estado golpeando a mi puerta. Figurativamente hablando, la puerta de mi corazón estaba abierta. Yo era creyente, pero mantenía el candado cerrado y firmemente colocado en su lugar. No le entregaba mi vida al Señor».
Cristina sabía que eso estaba mal y sentía que Dios estaba instándola a experimentar un cambio. «Me arrodillé delante de Él y le abrí la puerta de par en par». Ella quitó el candado.
Los seguidores de Cristo consagrados harán lo que Él les ordene… sin utilizar candados ni puertas traseras por donde escapar; sin reservar pequeños rincones de nuestra vida como propiedad privada; sin pecados secretos.
Si, al igual que Cristina, has estado resistiéndote a someterte al Señor, es hora de que quites el candado. Entrega todo lo que tienes guardado. Abre las puertas de tu vida y experimenta el gozo del discipulado obediente.