Un eslogan popular dice: «La vida no se mide por la cantidad de veces que respiramos, sino por los momentos que nos quitan el aliento». Veo esta frase por todas partes, impresa en camisetas y hasta en obras de arte. Resulta atractiva, pero me parece que es errónea.
Si medimos la vida por los momentos impresionantes, pasamos por alto la maravilla de las situaciones comunes. Comer, dormir y respirar parecen cuestiones «ordinarias» porque las hacemos todos los días y, por lo general, sin pensar mucho en lo que significan. Pero no son comunes en absoluto. Cada mordisco y cada respiración son un milagro. En realidad, respirar es más milagroso que cualquier cosa que nos quite el aliento.
Es probable que el rey Salomón haya tenido más momentos que le quitaron el aliento que cualquier otra persona. Declaró: «… no aparté mi corazón de placer alguno» (Eclesiastés 2:10). Pero expresó su cinismo al respecto cuando dijo: «… todo es vanidad y correr tras el viento» (v. 17 LBLA).
La vida de Salomón nos recuerda la importancia de hallar gozo en las cosas «comunes», porque, en realidad, son maravillosas. Lo más grande no es siempre lo mejor. A veces, tener más no significa progresar. Estar más ocupados no nos vuelve más importantes.
En lugar de buscar el sentido de la vida en los momentos que nos quitan el aliento, deberíamos valorar la importancia de poder respirar y hacer que cada respiración sea significativa.