Decir «gracias» es permitir que el dador de un regalo sepa cuánto apreciamos su proceder. El escritor G. B. Stern dijo una vez: «La gratitud silenciosa no le sirve de nada a nadie».

Cuando nuestro hijo era joven, a veces había que recordarle que evitar el contacto visual, mirarse los zapatos y mascullar algunas palabras ininteligibles no era un «gracias» aceptable. Y después de muchos años de matrimonio, mi esposo y yo seguimos aprendiendo cuán importante es que nos expresemos continuamente gratitud el uno al otro. Cuando alguno de los dos se siente agradecido, tratamos de verbalizarlo, aunque lo hayamos dicho antes muchas veces respecto al mismo asunto. William Arthur Ward dijo: «Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no darlo».

En las relaciones humanas, evidentemente, es importante demostrar agradecimiento, pero es aún más crucial en nuestra relación con Dios. Cuando pensamos en las numerosas bendiciones que hemos recibido, ¿le damos las gracias durante el día? Y cuando recordamos el don asombroso de la muerte y resurrección de Cristo para perdonar nuestros pecados, ¿rebosa nuestro corazón de asombro y agradecimiento? (Romanos 6:23; 2 Corintios 9:15).

Aplica de corazón en tu vida todos los días el recordatorio de Colosenses 3:15: «Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, […] y sed agradecidos».