Cuando Silvia se comprometió para casarse, su amiga Ana, que era soltera, lo festejó con ella. Organizó una fiesta para su amiga, la ayudó a elegir el vestido de novia, la escoltó por el pasillo de la iglesia el día de la boda y estuvo a su lado durante la ceremonia. Cuando Silvia y su esposo tuvieron hijos, Ana celebró el nacimiento de los niños y se regocijó con las bendiciones de su amiga.
Tiempo después, Silvia le dijo a Ana: «Me has consolado en situaciones difíciles, pero lo que especialmente me demuestra que me quieres es que te alegras conmigo durante los buenos momentos. No dejaste que ninguna clase de celos te impidiera celebrar junto a mí».
Cuando los discípulos de Juan se enteraron de que un nuevo rabino llamado Jesús estaba rodeándose de seguidores, pensaron que su maestro se pondría celoso (Juan 3:26). Entonces, se le acercaron y le dijeron: «¡Está bautizando y todos acuden a Él!». Pero Juan celebró que Jesús llevara a cabo Su ministerio. Declaró: «… soy enviado delante de él. […] el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido» (vv. 28-29).
Nosotros también deberíamos caracterizarnos por tener una actitud humilde. En vez de querer que nos presten atención a nosotros, todo lo que hacemos debería atribuir la gloria a nuestro Salvador. «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (v. 30).