Algunos cristianos crecen creyendo que el trabajo es algo malo, una maldición por el pecado de Adán y Eva. Si esta creencia equivocada no se corrige, puede hacer que la gente sienta que lo que hacen diariamente en su trabajo no es importante para Dios. O, al menos, que no es tan importante como la labor de los misioneros y los pastores. Génesis 1:26-31 nos enseña que esto no es cierto.
Primero, aprendemos que Dios mismo trabaja, como lo comprueba la tarea de la creación y el hecho de que descansó al séptimo día. Después, descubrimos que somos hechos a Su imagen (v. 26) y que se nos otorgó el dominio de lo creado. Esto implica que debemos trabajar para cuidar lo que se creó. Sin duda, cuidar la creación de Dios es un trabajo; un trabajo noble, porque Dios vio lo que había hecho y dijo que era «bueno en gran manera» (v. 31).
Tampoco debemos ignorar que antes de que el pecado entrara en escena, se declaró que el trabajo era algo bueno. En otras palabras, el trabajo no fue una consecuencia de la caída y, por lo tanto, no es una maldición. Volvemos a ver este concepto en Génesis 2, cuando «tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase» (v. 15).
Abordemos la labor de cada día —ya sea en un trabajo o haciendo otra actividad para ayudar a nuestra familia— conscientes de la dignidad y la nobleza que Dios le otorgó en la creación.