Hace poco, me llamaron para ser miembro del jurado en un juicio. Implicaba tremendos inconvenientes y una enorme pérdida de tiempo, pero era también un asunto serio. Durante los primeros días de instrucciones, el juez disertó sobre la responsabilidad que nos ocupaba y la naturaleza sobresaliente de la tarea. Íbamos a sentarnos a juzgar a personas que presentaban litigios (juzgado civil) o que habían sido acusadas de crímenes (juzgado criminal). Me sentí totalmente inadecuado para la labor que tenía por delante. Juzgar a otra persona, teniendo en cuenta las importantes consecuencias para su vida según lo que se decidiera, no es algo sencillo. Como somos seres humanos imperfectos, quizá no siempre juzguemos correctamente.
Aunque los sistemas judiciales de nuestro mundo tengan dificultades y falencias a causa de los seres humanos que los administran, siempre podemos confiar en nuestro Dios que se destaca por Su sabiduría y rectitud. El salmista cantó: «… Jehová reina. También afirmó el mundo, no será conmovido; juzgará a los pueblos en justicia» (Salmo 96:10). El Señor juzga rectamente, en conformidad con Su justicia perfecta y Su carácter impecable.
Podemos confiar en Dios ahora que la vida es injusta, sabiendo que, un día, Él corregirá todas las cosas en Su juicio final (2 Corintios 5:10).