Los filósofos meditan sobre este asunto: «¿Qué es la buena vida y quién la tiene?». Al instante, pienso en mi buen amigo Roy.
Roy era un hombre amable y tranquilo que no buscaba reconocimiento, que dejaba que su Padre celestial se ocupara de su vida y cuyo único interés era hacer la voluntad de Dios. Tenía una perspectiva celestial de las cosas. Como solía recordarme: «Aquí solo somos peregrinos».
Roy falleció el otoño pasado. En su funeral, algunos amigos recordaron cómo había influido en sus vidas. Varios hablaron de su bondad, generosidad, humildad y mansa compasión. Para muchos, fue una expresión visible del amor incondicional de Dios.
Después del funeral, el hijo de Roy fue a la residencia donde su padre había vivido sus últimos días, a recoger sus pertenencias: dos pares de zapatos, unas camisas y pantalones y algunos trastos viejos —la totalidad de los bienes terrenales de Roy—, y los llevó a un centro comunitario local. Roy nunca tuvo lo que algunos considerarían la buena vida, pero fue rico para Dios en buenas obras. George MacDonald escribió: «¿Quién es el poseedor del cielo y de la tierra: el que es dueño de mil casas o aquel que, sin ninguna a su nombre, tiene diez que se llenan de júbilo cuando él golpea a sus puertas?».
Después de todo, la buena vida era la de Roy.