A principios de 1994, cuando con nuestra familia nos enteramos de que el equipo de fútbol de Estados Unidos jugaría la Copa del Mundo en Michigan, el estado donde nací, supimos que teníamos que estar allí.
¡Qué alegría sentíamos mientras íbamos camino al estadio Pontiac Silverdome a ver jugar a Estados Unidos contra Suiza! Fue uno de los eventos más extraordinarios de nuestra vida.
Solo hubo un problema. Una de nuestras hijas, Melissa, de nueve años, no pudo ir. Aunque disfrutamos del partido, no fue lo mismo sin ella. A pesar de la alegría de estar allí, estábamos tristes por su ausencia.
Cuando pienso en ese día, la tristeza que sentíamos me recuerda a la que experimentamos ahora que ya no está en esta vida, ya que murió en un accidente automovilístico ocho años después de aquel partido. Aunque apreciamos la ayuda del «Dios de toda consolación» (2 Corintios 1:3), este consuelo inmenso no cambia la realidad de su silla vacía en las reuniones familiares. Las Escrituras no dicen que Dios quita nuestra tristeza en esta vida, sino que Él es fiel y que nos consuela.
Si perdiste a alguien, aférrate al consuelo de Dios. Confía en Él. Pero recuerda que está bien sentir tristeza por esa ausencia. Ten en cuenta que es una razón más para echar tus cargas sobre tu amoroso Padre celestial.