Un domingo, mientras un pastor predicaba, un hombre lo abordó y le dio un puñetazo. El pastor siguió predicando y el hombre fue arrestado. Después oró por él e incluso fue a visitarlo a la cárcel unos días más tarde. ¡Qué ejemplo de cómo reaccionar ante los insultos y las injurias!
Aunque la autodefensa es aceptable, el Antiguo Testamento prohibía vengarse personalmente: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19:18; ver también Deuteronomio 32:35). Jesús y los discípulos también lo prohibieron (Mateo 5:38-45; Romanos 12:17; 1 Pedro 3:9).
La ley del Antiguo Testamento exigía retribuir del mismo modo (Éxodo 21:23-25; Deuteronomio 19:21), lo cual aseguraba que el castigo legal no fuera injusto ni malicioso. Pero, con respecto a la venganza personal, estaba en ciernes un principio mucho más importante: La justicia debe aplicarse, pero hay que dejarla en manos de Dios o de las autoridades designadas por Él.
En vez de devolver injurias e insultos, vivamos aplicando las alternativas que honren a Cristo, en el poder del Espíritu: Estar en paz con todos (Romanos 12:18), someternos a un mediador espiritual (1 Corintios 6:1-6) y dejar todo en manos de las autoridades; más aún, en las manos de Dios.