Al final del viaje terrenal de mi madre, ella y mi papá todavía seguían muy enamorados y compartían una sólida fe en Cristo. Mamá padecía de demencia senil y había perdido la memoria, incluso de sus familiares. No obstante, papá la visitaba constantemente en la residencia donde vivía con asistencia diaria y buscaba maneras de suplir las capacidades disminuidas de ella.
Por ejemplo, le llevaba algunos caramelos masticables, desenvolvía uno y se lo ponía en la boca; algo que ella no podía hacer por sí sola. Entonces, mientras ella lo masticaba lentamente, mi padre se sentaba en silencio a su lado y la tomaba de la mano. Cuando terminaba el tiempo de estar juntos, mi padre, con una amplia sonrisa, decía: «Siento tanta paz y gozo cuando paso tiempo con ella».
Aunque me conmovía el gran gozo que papá tenía al ayudar a mi madre, más me emocionaba que él estaba representando la gracia de Dios. Jesús estuvo dispuesto a humillarse a sí mismo para conectarse con nuestra debilidad. Reflexionando en la encarnación de Cristo, Juan escribió: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…» (1:14). Al adquirir las limitaciones humanas, Él hizo innumerables actos de compasión, para suplir nuestras debilidades.
¿Conoces a alguien que pueda beneficiarse con el amor útil y suplidor que hoy podría fluir a través de ti hacia ellos?