Para todos nosotros que, como Job, hemos padecido tragedias y, después, nos atrevimos a cuestionar a Dios, el capítulo 38 de Job debería darnos mucho en qué pensar. Imagina cómo se habrá sentido el gran hombre de Oriente cuando «desde un torbellino» oyó que Dios decía: «¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como varón tus lomos; yo te preguntaré, y tú me contestarás» (vv. 1-3). ¡Glup!
Es probable que Job se haya sentido tan endeble como una hormiga. Mientras Dios revelaba Sus preguntas en los versículos siguientes, lo que dijo fue tan inesperado como poderoso. En realidad, no contestó los «porqués» de Job, sino que parecía estar diciéndole que viera el poder y la fortaleza con que Él había creado este mundo y que observara Su capacidad para controlar todos los elementos que lo constituían. ¿No es esta una razón suficiente para confiar en Dios?, tal vez se preguntó Job.
Como una muestra de Su poder asombroso, Dios señaló el cielo y le dijo a Job que mirara dos de Sus creaciones dignas de admiración: las Pléyades y Orión (v. 31). Enfatizando Su grandeza y la relativa insignificancia del hombre, Dios mencionó dos constelaciones que demuestran un poder que va más allá de nuestra comprensión.
Este Ser es Alguien en quien podemos confiar. Si Él tiene las estrellas en Sus manos, con toda seguridad puede ocuparse adecuadamente de nosotros.