En la cultura actual, abundan las superestrellas. Los grandes jugadores de fútbol pueden generar tanto entusiasmo, que es sabido que los aficionados causan disturbios en las tribunas. Algunos músicos populares hacen que sus seguidores los adoren de pie durante todo el concierto. Las estrellas del espectáculo contratan guardaespaldas para que los protejan de acosadores devotos.
Los creyentes de Corinto, en el siglo i, se habían divido por seguir a sus «superestrellas espirituales». Pablo consideraba que dicho favoritismo reflejaba la naturaleza pecaminosa del corazón de un creyente rebelde, y preguntaba: «Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?» (1 Corintios 3:4).
La enseñanza del apóstol sobre nuestra manera de ver a los líderes cristianos expone una perspectiva bíblica, que brinda un aprecio mutuo hacia los que sirven: «Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios» (v. 6). Cada persona hizo su parte: Pablo había plantado la semilla espiritual mediante la evangelización y Apolos la había regado con su enseñanza bíblica elocuente. Pero Dios era el único que hacía que creciera la semilla de la vida espiritual. Él solo es la «superestrella».
Debemos cuidarnos de no poner en un pedestal a ningún líder cristiano. Más bien, debemos valorar cómo utiliza Dios una variedad de líderes espirituales, para Su honra y gloria.