Una tarde, Ángela le dio a su hijita cuatro caramelos y le dijo que ya no iba a recibir más golosinas.

Después de tragar casi enteros los tres primeros, Eliana hacía durar el último: lo chupaba, se lo sacaba de la boca, lo mordía, lo volvía a chupar otro poco y, después, lo raspaba por fuera con los dientes. Como sabía que era su último caramelo, tardó 45 minutos en ingerirlo por completo.

Ángela, divertida, observaba a su pequeña hija. Entonces, se le ocurrió pensar que estaba viendo cómo descubría Eliana la importancia de saborear las cosas: disfrutar del gusto y de la textura de algo, y aprender a aprovechar al máximo el sabor de una experiencia placentera.

Cuando leemos: «Gustad, y ved que es bueno Jehová…» (Salmo 34:8), podemos estar seguros de que Dios quiere que «saboreemos» Su presencia. Él nos permite obtener un conocimiento íntimo y grato de Su Persona. Y, cuando meditemos en Su Palabra, lograremos entender más profundamente quién es Él (Ezequiel 3:1-3). A medida que gustemos Su bondad y amor, nos revelará el sabor distintivo de Su creatividad, soberanía, santidad y fidelidad.

Con toda seguridad, nuestro Padre observa con gozo mientras aprendemos a disfrutar de Él y a saborearlo.