Cada día, al ponerse el sol, un buen pastor contará sus ovejas.
Si falta alguna, saldrá a encontrarla antes de que caiga la
noche. El pastor notará si es la misma oveja la que falta
noche tras noche, por cuanto ese corderito está desarrollando un
muy mal hábito. Luego de que esto haya sucedido varias veces, el
pastor volverá a buscar a la oveja como de costumbre, pero esta
vez hará algo inusual.

Tomará en sus brazos a la ovejita deambulante, sosteniéndola
firmemente con un brazo mientras que al mismo tiempo coloca
su vara firme contra una de las piernas del animal. Luego, con un
movimiento rápido y fuerte, le romperá la pierna al corderito con
la vara.

¿Por qué un pastor afectuoso le quebraría la pierna a una
oveja inofensiva? ¿Cómo podría un pastor dedicado hacer algo
tan cruel? El autor y orador Haddon Robinson nos brinda la
respuesta: «De vuelta al redil el pastor hace una tablilla para la
pierna destrozada y, durante los días que siguen, él carga a la
oveja lisiada, sosteniéndola muy cerca de su corazón. Cuando la
pierna comienza a soldarse, el pastor pone a la oveja en el suelo,
a su lado. Para el animal lisiado, la corriente de agua más
pequeña se avecina como un río gigante, el montículo más
diminuto se eleva como una montaña. La oveja depende
totalmente del pastor para que éste la cargue por todo el territorio.
Luego que la pierna ha sanado, la oveja ha aprendido una
lección: Debe mantenerse al lado del pastor.

«Parece algo casi despiadado quebrarle la pierna a una pobre
e indefensa oveja — a menos que entendamos el corazón del
pastor. Luego nos damos cuenta que lo que parece una crueldad
en realidad es amabilidad. El pastor sabe que la oveja debe
permanecer cerca de él si es que ha de ser protegida del peligro.
Así que le quiebra la pierna —no para hacerle daño— sino para
restaurarla.»

Algunas veces, Dios quiebra nuestros corazones. Puede
tratarse de la pérdida de un hijo, de algún negocio, de algún
matrimonio, de algún ministerio, o de nuestra salud. A través de
nuestras pérdidas, Él puede usarnos para mayores propósitos y
traer para Sí una mayor gloria. —SF