Desearía que una vez que aprendiéramos alguna lección
espiritual nunca tuviéramos que tener que aprenderla de
nuevo. Con eso en mente, recientemente tuve que
redescubrir la verdad de es poderosa frasecita en el Salmo 23, «Mi
copa está rebosando» (v.5).
¿De dónde viene ese rebosar y por qué mi copa no está llena?
Demasiado a menudo vemos la vida partiendo de nuestra
capacidad. Tenemos diez cosas que hacer hoy, tenemos que ver a
tres personas, y no tenemos tiempo para esto o aquello. La
medimos por nuestra capacidad.
Pero Dios dice, «No quiero que vivas para mí de tu capacidad.
Sírveme de lo que rebosa de ti. Céntrate en mí otra vez y no
tendrás que preocuparte acerca de cómo medir lo que das. Seguiré
vertiendo en tu vida y podrás vivir a costa de lo que rebosa.»
Tú dirás, No tengo idea de cómo experimentar eso. ¿Cuál es mi
problema?
Es difícil de aceptar, pero a menudo nuestro problema se
reduce al pecado. Le ponemos nombres más agradables, pero todo
lo que hace que nuestra copa deje de rebosar es pecado. Llámalo
«fatiga» y deja de servir al Señor —pero sigue siendo pecado.
Llámalo «presiones en el trabajo,» lo cual hace que pierdas tu paz—
pero en realidad es pecado.
No muchos de nosotros piensa en nuestra falta de
abundancia como pecado, pero ésa es la razón por la que nuestras
copas no vuelven a rebosar rápidamente. La sangre de Jesús
limpia de toda injusticia donde se admite y se confiesa el pecado.
Donde Su sangre limpia, Su Espíritu siempre da testimonio dentro
de nosotros y la copa vuelve a desbordarse. Sin embargo, Su
sangre no limpia excusas.
Cuando te encuentres conteniéndote por el temor a tener un
tanque vacío, haz estas dos cosas:
• Pídele al Señor que te revele qué es lo que está bloqueando
la abundancia en tu vida y confiésalo como pecado.
• Aumenta tu tiempo en la Palabra del Señor y en la oración.
Haz esto con regularidad y nunca tendrás que volver a
preocuparte por tener suficiente. —JM