En el texto de hoy, Jesús nos dice que sólo pidamos y
recibiremos. Si «buscamos primero Su reino y Su justicia» (ver
Mateo 6:33), ¿podemos esperar a que Dios añada cosas
materiales a nuestra porción?
Ciertamente no con una actitud exigente. Aquéllos que
promueven un evangelio de prosperidad material están torciendo
las Escrituras. Dios siempre provee para lo que necesitamos, no
necesariamente para lo que queremos. Sin embargo, si eres un
padre o una madre de familia, conoces el deleite de sorprender a
un hijo con un regalo. Y eso es lo que Dios hace algunas veces.
Una mujer que conozco había luchado por años por ahorrar
lo suficiente para entregar su viejo automóvil como parte de pago
para adquirir uno nuevo. Cuando tuvo la esperanza de haber
reunido suficiente efectivo para hacer el trueque, su tío del
extranjero le imploró que fuera donde él para la celebración
especial de un aniversario. «Ya que no tengo hijos,» le escribió él,
«significaría mucho para mí.» Así que mi amiga usó el dinero del
automóvil para su viaje.
Ahora bien, de camino al extranjero, ella estaba
verdaderamente en la ruina — pero no preocupada. Dios siempre
había provisto para sus necesidades. Las riquezas de ella se
encontraban en el «don inefable» de Dios (ver 2 Corintios 9:15). Él
era su confidente. Sólo Él sabía acerca del deseo de ella de poder
comprarse un automóvil nuevo algún día — tal vez incluso un
convertible para dos personas (¡Sí, correcto! Ni siquiera podía darse
el lujo de un automóvil económico).
Pero Dios ya tenía un plan, ¡y sólo Él podía ser el autor!
El tío de la mujer no era rico. De hecho, vivía de una manera
muy modesta. Por lo tanto, lo que sucedió después fue asombroso.
El tío le dio a su sobrina los ahorros de toda su vida debido a la
fidelidad que ella le había mostrado — ¡un monto que no sólo
pagaba el viaje sino que le permitía comprarse un automóvil
nuevo! «¿Por qué esperar hasta que me muera?» dijo él. ¡Y le dio el
dinero en efectivo!
¿Llamarías a eso una coincidencia? ¿O un ejemplo de la
promesa de Mateo 6:33? —Elfriede Mollon, California
Escrito por un amigo lector de Nuestro Andar Diario.