Jesús entró en la barca junto con Sus discípulos para cruzar el
Mar de Galilea. El agua estaba calmada y quieta y pronto Él se
durmió. Sin embargo, una tormenta comenzó a avecinarse, y
debió haberse sentido como que era la madre de todas las
tormentas. Por cuanto los discípulos no estaban seguros si
lograrían sobrevivir a ella. Los vencieron sentimientos de angustia
y temor, y corrieron al Señor, despertándolo de su Su sueño:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»

¿Alguna vez has tenido ese tipo de experiencia? Tal vez te
encontrabas en circunstancias pacíficas y luego, una inesperada
llamada telefónica trae una rugiente tormenta a tu vida, que
amenaza con abrumarte y envolverte. Y cuando oras, parece como
si el Señor estuviera dormido. Luego, cuando la tormenta se pone
peor, comienzas a entrar en pánico.

Así es como los discípulos se sintieron. Pero cuando Jesús se
levantó, le habló al viento y a las olas. Con una simple palabra
aquietó las aguas.
Los hijos de Israel entraron en pánico cuando enfrentaron el
Mar Rojo. Los discípulos entraron en pánico cuando enfrentaron
el Mar de Galilea. ¿Cuáles son las aguas rugientes en tu vida?
¿Qué te está causando pánico? ¿Has olvidado acaso que tienes un
Salvador a quien realmente le importa? Puede que estés pensando,
¿Por qué no aquieta mis aguas? He aquí una noticia realmente buena:
Él aquietará tus aguas. Pero sólo en el momento indicado. Puede
que te mojes. Puede que incluso te empapes, pero Dios
te ayudará.

Hace años, Martyn Lloyd-Jones comentó que en muchas
circunstancias de la vida, la fe es una negación al pánico.
Cuando los sentimientos de angustia nos atrapan en sus garras
podemos recordar esta verdad — creer que Jesús lo tiene todo
bajo Su control.
Luego de calmar la tormenta, Jesús miró a los discípulos y
preguntó, «¿Dónde está su fe?» Puede que sientas que no tienes
mucha fe. Está bien. Dios lo sabe y no te ha olvidado. Él aquietará
tu tormenta cuando llegue el momento indicado. —ST