Juan nos contó que el cambio del agua en vino fue el primer
milagro de Jesús y que a través de éste, Él reveló Su gloria
(2:11). Pero cuando vemos de cerca el carácter del milagro,
parece que hay muy poco en él que sea «glorioso.» Juan dio a
entender que tal vez los únicos que incluso supieron que hubo un
milagro fueron los siervos que habían llenado las jarras (v. 9).

Esto no es para decir que el milagro no fue «milagroso.» Pero
me gustaría enfatizar el carácter de la obra del milagro por parte
de Jesús, la manera en que obró casi todos Sus milagros. No había
ninguna agitación de la mano en el aire, ni siquiera una
insinuación de llamar la atención hacia Sí mismo. Esto es a lo que
me refiero cuando los llamo los milagros «no milagrosos» de Jesús.
«Llenen las jarras y llévenlas para allá», dice sencillamente.
«¿Cuál milagro?» podrían haber preguntado los que
estaban allí.

Luego, «el maestresala probó el agua convertida en vino» (v.9).
Eso es todo. Ninguna formula mágica, ¡por cuanto el Señor
del universo no necesita de la prestidigitación! Ninguna
glorificación de Sí mismo. Sin embargo, Juan dijo que fue así
como Jesús reveló Su gloria. Ésta fue la «manera» de Jesús. Así
era como lograba la alabanza para el Padre
Cuando examinamos los milagros desde esta perspectiva,
aparece una imagen más consistente de Jesús de Nazaret. Tiene
sentido que Aquél que se negó a considerar el ser igual a Dios
obrara la mayoría de Sus milagros de una manera tan no
milagrosa — casi a escondidas. Encaja con la paradoja de Su vida,
¿no es cierto? Poder por medio de la debilidad, sabiduría a través
de la insensatez, y total victoria por medio de la sangrienta
derrota.

En nuestras vidas, Jesús a menudo comienza un cambio
milagroso con un sencillo mandamiento, «Sígueme» o «No temas.»
La boda en Caná tiene el propósito de prepararnos para el hecho
que las personas a nuestro alrededor en el mundo generalmente
no alcanzarán a apreciarlo o incluso verlo en absoluto. Este primer
milagro también nos enseña que Él está listo a transformar toda
situación ordinaria en el glorioso material del que están hechos
los milagros. —MC