Cada uno de nosotros ha sentido el aguijón del pecado de
otra persona. Esposos que engañan a sus esposas. Hijos que
se rebelan contra sus padres. Padres que abusan de sus
hijos. Pastores que hieren a los miembros de sus iglesias. Jefes que
maltratan a sus empleados. Amigos que dicen cosas hirientes. Y
la lista continúa . . . Incluso ahora que estás leyendo esta sección,
puede que algún recuerdo doloroso que pensabas habías olvidado
hacía tiempo haya pasado como un rayo por tu mente y hayas
vuelto a sentir el aguijón.

La amargura es algo que puede impedir tu sanidad y libertad.
El perdón se encuentra en todas partes en el ministerio de
Jesús. No puedes pasar diez minutos en los Evangelios sin
concluir que el perdón estaba en el blanco de toda Su vida y
muerte. Incluso Su último aliento fue, «Padre, perdónalos.»
Él saboreó el ácido de cada insulto que has sufrido, cada
maltrato, cada rechazo. Él soportó la vergüenza. Sufrió para que
se pudiera perdonar . . . para que tú pudieras ser perdonado. Él
entiende el costo del perdón más que ninguno de nosotros. Y sin
embargo, murió para que pudiéramos ser liberados de las ataduras
de la amargura.

¿Abrigas la falta de perdón en tu corazón debido al dolor que
alguien te infligió? Un espíritu vengativo sólo castiga a la persona
que conserva este sentimiento en su corazón. Si te ponen un
carbón caliente en las manos, el dolor abrasador no comienza a
disminuir sino hasta que lo dejas caer.

La amargura tiene que irse. La falta de perdón no tiene lugar
en la vida de un seguidor de Jesús. Pídele al Espíritu Santo que
traiga a tu mente el nombre y el rostro de aquéllos a quienes
necesitas amar. Ora desde tu corazón, «Señor, me has perdonado
tanto; elijo mostrar esa amabilidad a los demás.»
Puede que estés pensando, He tratado de hacerlo . . . pero no puedo.
Tienes toda la razón, es demasiado para nosotros. Pero Dios nunca
pediría obediencia en algo que es imposible de hacer. Primero, Él
provee el modelo de Su propio Hijo. Luego provee el Espíritu para
que more en nosotros y nos dé la fortaleza y la capacidad para
hacerlo.

Llévale tu amargura a Dios, y siguiendo el modelo de Jesús,
comienza a orar por tus enemigos hoy. —JM